Legazpi

20:00 Horas de un Viernes Otoñal del 2.013 en Madrid. Llego a este barrio sin dificultad, gracias al ascensor del Metro. Una anciana, una madre que empujaba el carrito de su bebé, mi maleta y yo. Un ascensor, que se instaló para las personas con movilidad reducida, pero que hace que la vida, sea más fácil para tod@s.

Un parque exuberante de vida social: familias, jóvenes parejas descubriendo su primer amor, perros sin aliento detrás de saltarinas pelotas, patos esperando su cena de pan duro, ofrecida por los ancianos del distrito, un matadero, que lo único que actualmente sacrifica, es la ignorancia, de los que allí acuden, una verbera popular para alabanza de la melonera, un festejo para la diversión de todas aquellas personas, que disfruten de un algodón de azúcar, de unos churros con chocolate o de unas gallineras y entresijos.

El barrio, me acoge como una vecina más, en el ultramarino “de siempre”. En la panadería de la esquina, me tratan con tanta familiaridad, que casi parece que me llevará vendiendo el pan para mis bocadillos desde primaria.

Un hogar humilde y limpio. Un hogar con personalidad propia, con “suvenir” de los viajeros que allí se han hospedado. Pequeñas fotos de antaño, momentos felices, retratados en escala de grises. Un hogar, que con cinco minutos en el sofá, te hace sentir que es el tuyo.

48 horas, no han sido suficientes para saborear todo lo que este rinconcito del suroeste de Madrid me ofreció. Volveré, seguro que volveré.